mayo 31, 2023
Cine

Que Dios nos perdone

El cine de género goza de buena salud en nuestro país. Desde que se estrenara en 2009 Celda 211, el neonoir español ha tomado por asalto las taquillas, alternando con el más tradicional cine de autor y con la comedia descerebrada que también se nos da muy bien. La cumbre, sin duda, la alcanzó Alberto Rodríguez con La isla mínima, pero ahí tenemos también productos de una solidez aceptable cuando menos, como No habrá paz para los malvados, Grupo 7, El niño o Magical Girl. Los directores y productores patrios se han abrazado, así, a una forma de hacer buen cine comercial, que atraiga gente a las salas sin perder por ello calidad. Y eso siempre son buenas noticias.

Este año han sido tres las películas de este género que han destacado, cada una a su manera. El debut como director de Raúl Arévalo, Tarde para la ira, era un film poderoso y violento, brillante en su sordidez, y lleno de una visceralidad traducida en estilo con sensatez y tino. Por su parte, El hombre de las mil caras, la nueva incursión de Alberto Rodríguez, es una fantástica película de espías cuyo guion sabe jugar a la perfección con la información que se le da al espectador y que resulta muy entretenida. La tercera en discordia es Que Dios nos perdone, de Rodrigo Sorogoyen.

De las tres películas, Que Dios nos perdone es, quizá, la que más se ajusta a los cánones del género negro. A Tarde para la ira le salen ramalazos incontrolados de western crepuscular y El hombre de las mil caras pertenece al subgénero de espías. Que Dios nos perdone, sin embargo, sí que responde a la historia del investigador (dos investigadores, en este caso), que persiguen a un criminal y que, al hacerlo, descubren tantas cosas sobre el malhechor como sobre ellos mismos.

Precisamente, el tándem que forman los inspectores Velarde y Alfaro o, lo que es lo mismo, Antonio de la Torre y Roberto Álamo, es el principal puntal de la película. Sorogoyen utiliza muy bien el recurso clásico de los dos protagonistas opuestos, de una manera que se acerca mucho a la reciente primera temporada de True Detective. Uno de ellos, Velarde, cerebral, estable pero con problemas en la socialización, reflejados en su tartamudez. El otro, Alfaro, una bestia, una bomba de relojería siempre dispuesto a saltarse las normas y emprenderla a puñetazos con quien sea necesario, compañeros incluidos. Los papeles se intercambian con respecto a la mencionada serie, puesto que allí el cerebral, Rust Cohle, era el inestable, mientras que el (supuestamente) estable era el menos dotado intelectualmente de los dos detectives. Sin embargo, la oposición de contrarios funciona igual de bien.

Para ello, por supuesto, son fundamentales las interpretaciones de de la Torre y Álamo. El primero vuelve a componer a un personaje de matices, torvo, recreándose en esa tartamudez que consigue hacer creíble y natural. Ya es el segundo personaje de este tipo que el actor borda en 2016 (el otro fue a las órdenes de Arévalo), y demuestra una vez más que quizá solo Eduard Fernández se pueda comparar a él en la interpretación española actual. Por su parte, los ojos de Álamo despiden fuego, y logra una actuación tremendamente física, animal casi, que transmite muy bien la rabia de su personaje. Muy mal tendría que dársele a esta película en los Goya para que ambos actores no fueran, al menos, nominados.

También juega a favor de Que Dios nos perdone el guion que han escrito el propio Sorogoyen e Isabel Peña. Además de tener unos buenos diálogos, muy naturales (que hasta hace poco ha sido una asignatura pendiente del cine español en general), la trama es de una robustez admirable. En un filme como este, que está basado en una investigación, se corre el peligro de delinear una concatenación de acontecimientos en los que el espectador se pierde. No es el caso de la cinta de Sorogoyen, que conduce la acción con mucha elegancia y manteniendo siempre un flujo de información perfecto. Los personajes están bien dibujados, sus escenas de introspección se alternan suavemente con los pasos de la investigación, y es muy inteligente el recurso de presentar al asesino en el último tercio de la película, con el fin de mantener el suspense pero con el tiempo suficiente de crear a un rival a la altura de los dos inspectores.

Sorogoyen dirige con buen pulso, sin aparecer demasiado en el relato pero punteando ciertos momentos. La presentación de Antonio de la Torre, en ese primer plano mirando a la cámara, es brillante porque adelanta ya ciertos acontecimientos y la importancia del personaje en relación al discurso de la película. La escena de la persecución por el centro de Madrid también es un buen trabajo de planificación y montaje, y podemos encontrar un brillantísimo hallazgo visual en la conversación que mantiene Velarde con la mujer que limpia el rellano de su casa: ambos aparecen en el mismo plano, uno al lado del otro, al quedar reflejados en un espejo.

Otro recurso clásico del cine negro que ha sabido exprimir el director es la utilización de la ciudad y, en concreto, del centro de Madrid como parte activa del drama. Las casas viejas, las calles estrechas y sucias por las que se mueve el depredador, la fauna local que vadean los inspectores, el calor del verano madrileño, todo ello crea un espacio fílmico reconocible que ayuda a la inmersión del espectador en el relato.

Si hubiera que sacarle un defecto a la película, ese sería la forma en la que está introducido Dios en la película. Desde el propio título hasta el momento en el que está ubicada (la visita de Benedicto XVI en 2011), pasando por los ambientes catolicones en los que se mueven el asesino y algunas de sus víctimas, parece que Sorogoyen ha querido establecer un discurso sobre la divinidad y su relación con la sordidez de lo que se cuenta, pero no consigue hacerlo con efectividad. Es más un rumor sordo en la cognición de la película que otra cosa. En cualquier caso, es una ligera pega en una película sólida, entretenida, sobrecogedora a ratos y sensible en otros. Un fantástico ejercicio cinematográfico, en fin, que demuestra que hay muchas maneras de hacer las cosas bien en el cine español.

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