Decía Italo Calvino (y lo recogía recientemente Pablo Hernández Blanco en un artículo de Jot Down) que un clásico es un libro que se presta a constantes revisitaciones, que nunca termina de decir lo que tiene que decir. El autor de El barón rampante se refería a los libros, pero el mismo concepto de clásico puede aplicarse a cualquier producción artística o cultural, incluida una película. Así, sus palabras me vinieron a la cabeza cuando revisionaba hace poco (por tercera o cuarta vez) Network (Sidney Lumet, 1976), ya que se ajusta a esa definición de territorio siempre inexplorado, siempre por descubrir. Por tanto, me pareció justo realizar aquí una aproximación, siquiera imperfecta, a tamaña obra maestra, a tamaño clásico.
El guion de Network puede contarse fácilmente entre los dos o tres mejores escritos para cine. Parece que a la obra magna de Paddy Chayefski no se le acaban nunca los temas que presentar y analizar, las aristas con las que dibujar a sus complejos personajes o las frases memorables en las brillantes conversaciones que estos mantienen, que rechazan cualquier tipo de cliché. Al texto de Network se le puede aplicar uno de los adjetivos favoritos de mi camarada Rubén Omar Mendoza: es multidimensional. Y, además, es agudo y acertado a más no poder en los análisis de los temas que trata, y que intentaremos consignar, si nos sonríe la fortuna, más adelante.
Además del guion, la calidad de la película es el resultado del espectacular equipo técnico y artístico que la realizó. Para empezar, estaba dirigida por Sidney Lumet, que se encontraba en estado de gracia en los setenta: Perversión en las aulas, Serpico, Tarde de perros, Asesinato en el Orient Express o Equus son algunos de los títulos que firmó durante esta década. Casi nada. Su labor es fundamental para crear la atmósfera desquiciada y agobiante que rodea a ese infernal mundo televisivo en Network. No se queda atrás el plantel actoral. El reparto está encabezado por Peter Finch, que realizó el papel de su vida; William Holden, uno de los supervivientes del Hollywood clásico, y uno de los mejores dotados de aquella época; Faye Dunaway, que también tuvo unos años setenta gloriosos, en la cima de su talento; y Robert Duvall, del cual poco queda ya por decir tras la carrera que ha llevado. Y, además, los secundarios Ned Beatty y Beatrice Straight roban unos minutos espectaculares.
Aunque los premios son algo anecdótico cuando se trata en profundidad una película, no está de más señalar los que Network consiguió. 1976 es un año especialmente brillante en la industria hollywoodiense. En la edición de los Oscar de 1977 encontramos entre los nominados a mejor película, agárrense, Rocky, Taxi Driver, Todos los hombres del Presidente y Network. Rocky se llevó el gato el agua en las categorías de mejor película y mejor director (sigo sin entender por qué a día de hoy). Network, por su parte, consiguió la estatuilla de mejor guion original para Chayefski y acaparó tres de los cuatro premios de interpretación, la segunda película en conseguir esta hazaña tras Un tranvía llamado deseo. Peter Finch fue mejor actor principal (William Holden estuvo nominado a esta categoría también); Faye Dunaway, mejor actriz principal y Beatrice Straight ganó mejor actriz de reparto. Solo Ned Beatty se quedó sin el premio a mejor actor de reparto, que fue a parar al gran Jason Robards por Todos los hombres del Presidente.
Es el momento de entrar en materia. Comencemos con la sinopsis del argumento de Network. La cadena UBS anuncia al presentador de noticias Howard Beale que va a ser despedido. Beale sufre un colapso y anuncia que se va a suicidar en directo. Cuando se le concede una segunda oportunidad, comienza a lanzar un discurso apocalíptico sobre el fin de la civilización occidental. Frank Hackett, el representante del conglomerado dueño de la cadena, y la jefe de programación Diana Christensen ven en la locura de Beale una oportunidad de subir la audiencia, y crean un programa para él, ante el horror del jefe de la sección de noticias y amigo íntimo de Beale, Max Schumacher. Los altibajos del programa de Beale, junto con otras tramas secundarias, serán la columna vertebral de la trama argumental.
A continuación intentaremos analizar los temas de la película, ordenándolos de lo más concreto a lo más general:
– El poder de la televisión: Cada una de las peroratas de Howard Beale en su programa casi constituye un tema en sí del cual tratar, y resulta muy interesante la dialéctica entre su personaje y los bufones (fools) del teatro shakespeariano, que veían la realidad con mayor precisión a pesar de su locura, o precisamente gracias a ella. Cuando muere Ed Ruddy, el director de la cadena y última pantalla que evita que Hackett se haga con el control total y abandone cualquier tipo de ética profesional, Beale advierte de los peligros de que la televisión esté controlada por seres sin escrúpulos en un país donde, según él, solo lee un 3% de la población y, por tanto, el conocimiento que esta posee tiene un origen casi exclusivamente catódico. Paradójicamente, será el propio Beale quien demuestre ese poder de movilización que emana de la televisión cuando consiga que en todo EE.UU. la gente grite por las ventanas su famosa sentencia «I´m as mad as hell and I´m not gonna take this anymore!!«. Como siempre, es Chayefski quien mejor nos resume sus propios conceptos y, en este caso, el poder de la televisión es definido cuando Beale explica la «revelación» que ha experimentado. El perturbado presentador confiesa haber preguntado al ente superior que se dirigió a él por qué había sido escogido para transmitir el «mensaje». La respuesta no puede ser más clara: «Because you´re on TV, dummie«.
– El capitalismo salvaje y su capacidad de destrucción: En este caso la escena clave que profundiza en el tema no está protagonizada por Howard Beale, sino por el dueño del conglomerado que posee la cadena UBS, Arthur Jensen. Después de que Beale dañe seriamente con su programa los intereses económicos de la empresa, Jensen se reúne con el presentador y le suelta un escalofriante discurso en el que le explica la realidad macroeconómica global. Chayefski parece disponer de una bola de cristal y define perfectamente el neoliberalismo salvaje de Reagan, Thatcher y la troika antes incluso de que ninguno de ellos llegara al poder: la inexistencia de las naciones, el dominio de las multinacionales, la desaparición de las ideologías, el flujo constante de dólares y, en especial, la total irrelevancia del individuo. Paradójicamente, un sistema económico-político que afirma estar basado en la iniciativa individual es el que mata y aísla al individuo de forma más efectiva. El capitalismo, que en este relato concreto está encarnado por la televisión, es destructor. Destruye la mente de Beale; aniquila las personalidades de gente como Diana Christensen o Frank Hackett, alejadas de cualquier tipo de valor humano; destruye los ideales de la líder comunista Lauren Hobbs, que acaba reclamando como una energúmena su porcentaje de la distribución; destruye, en fin, cualquier tipo de valor que trascienda lo económico.
– Humanidad vs. deshumanización: Y el anterior punto nos trae directamente a este, ya que al final la batalla ideológica y moral se libra aquí. Esa deshumanización que Arthur Jensen propugna con tanto entusiasmo y que es transmitida a los espectadores por un resignado Beale está representada aquí por Frank Hackett y Diana Christensen. Hackett vive por y para conseguir beneficios para la compañía que lo emplea, y cualquier acción o medida (insisto, cualquiera) es lícita con tal de llegar a ese fin material. Diana, por su parte, es una negada para cualquier tipo de sentimientos o vida amorosa o sexual. Su única vida, como ella misma afirma, es el conseguir un alto porcentaje de rating y share. Es a través de ella que vemos sobre todo la tristeza y el vacío al que lleva la deshumanización. Sin embargo, frente a al capitalismo de Jensen, la locura de Beale, el pragmatismo extremo de Hackett y el vacío de Diana se erige, como campeón solitario, Max Schumacher. Él es el representante de la humanidad, de los valores, de las personas, de la sensibilidad o, como él dice, de la «simple decencia humana». Él será quien se oponga a la cínica utilización de Beale, quien analice si sus acciones son correctas o no y quien, como todo ser humano que se precie de tal, se equivoque al aplicar su escala de valores y reconozca posteriormente su error. William Holden, muy lejos ya de aquellos papeles de joven atractivo (El crepúsculo de los dioses, Sabrina) borda al que es aquí el principal aliado del autor, el medio a través del cual Chayefski nos dice: «No desesperéis, todavía tenemos algo que decir». Cada escena de Holden es un regalo, pero especialmente la discusión con su mujer es una lección de escritura, de interpretación (Beatrice Straight ganó su Óscar por estos cinco minutos) y de humanidad.
Network no es una película que realice concesiones. Fue filmada en un periodo de grave crisis moral en EE.UU., un año después de la explosión del caso Watergate y de la retirada de Vietnam. Tan solo hay que mirar a sus compañeras de nominación: Todos los hombres del Presidente desmenuzaba la caída de Nixon y, en fin, todos sabemos cómo es Travis Bickle, el protagonista de Taxi Driver. Quizá la razón de que Rocky fuera declarada por la Academia mejor película del año fue que era la única que aportaba un soplo de aire fresco, optimismo y buenos sentimientos. Network no lo hace. Es una película compleja, inteligente, atrevida y desafiante. Es una película implacable.