En este año en el que el cine y las series nos han acompañado durante duros meses de confinamiento, Gran Imaginador vuelve para repasar lo mejor de lo que se ha estrenado en esa zona gris entre el final de 2019 y 2020, para reivindicar una importancia de las humanidades que ha sido más que probada en los últimos nueve meses. Rubén Omar Mendoza y Luis Freijo eligen su serie y su película favorita junto a cuatro finalistas en cada categoría. Al final del artículo también se encuentra una encuesta para que el público vote sus favoritas. Empezamos.
PELÍCULAS
Luis Freijo
Mejor película
Retrato de una mujer en llamas, de Céline Sciamma
Que Céline Sciamma lleva haciendo un cine formidable en la última década tiene poca discusión: la cineasta francesa cosechó un justificado y creciente interés crítico con Water Lillies (2007), Tomboy (2011) y La banda de las chicas (2014) que la situaban entre las promesas del cine francés. Su último trabajo, Retrato de una mujer en llamas, no solo ha confirmado estas promesas sino que la ha situado a la cabeza del cine mundial. El romance entre Marianne (Noémie Merlant) y Héloïse (Adèle Haenel) mientras la primera pinta el retrato de la segunda en una naturaleza aislada y tranquila es narrado bajo las miradas de Marianne y de la propia Sciamma, que coinciden como artistas enseñando que hay una manera de hacer cine en clave de mujer donde aún queda mucho por explorar. Al igual que Marianne, Sciamma pinta el amor de y hacia sus personajes en escenas como la de la fiesta en el pueblo en la que el vestido de Héloïse se incendia, o el concierto final, dotando a sus imágenes a la vez de poder (y empoderamiento) y sutileza y cariño, con un último plano de Adèle Haenel a ritmo de Vivaldi que invita a pensar que, 125 años después de su nacimiento, alguien ha descubierto que el cine tenía que ser reinventado.

Finalistas
Mujercitas, de Greta Gerwig
Desde que el cine se inventó, cada generación ha tenido su propia versión de la novela que Louisa May Alcott publicó en 1868, adaptada a las distintas épocas en que fueron estrenadas. La versión que Greta Gerwig ha escrito y dirigido se estrenó a finales de 2019 cuando aún no sabíamos cuánto necesitaríamos de su calor en 2020. Gerwig realiza una inteligente reescritura de la línea temporal de la novela, en la que hace coincidir momentos de la vida de las hermanas March que se solapan, dotando a la película de una temporalidad cíclica que reflexiona sobre el peso de la memoria en la identidad. El uso de distintos tonos de color para separar los distintos tiempos, un montaje fino y elegante que marca un tempo preciso y un trabajo de composición y dirección vivaz y alegre confirman también la promesa de Lady Bird y colocan a Gerwig entre lo mejor que el cine estadounidense tiene que ofrecer hoy. Y ver la energía y pasión de Saoirse Ronan, Florence Pugh y Timothée Chalamet junto a la sabiduría de Laura Dern, Meryl Streep y Chris Cooper es simplemente una delicia.

Las niñas, de Pilar Palomero
La película sobre cómo era crecer en la temprana adolescencia en los 90 en una capital de provincia sirve, quizá, para confirmar que el cine de la nostalgia centrado en los 80 está dejando ya paso a la siguiente década. Pero quedarse en esa lectura sería hacer muy poca justicia a Las niñas. Pilar Palomero se adscribe a una escuela de cine naturalista que intenta, y consigue, mostrarnos que hay mucha belleza en el día a día de unas adolescentes que están empezando a descubrir el mundo. La leve trama sobre la ausencia del padre es quizá un poco forzada, pero poco importa en el momento en el que las niñas del título aparecen hablando, jugando, haciendo deberes o yendo a sus primeras fiestas, ya que atrapan con una naturalidad que desarma, ayudada por la cámara de Palomero, que se posa con dulzura en unos primeros planos que ya quisieran muchos actores más experimentados aguantar así. Y la escena final en la que Celia (Andrea de Fandos) canta en el coro y descubre lo que se siente al estar orgullosa de su voz es una lección sobre cómo acabar una película.

Da 5 Bloods, de Spike Lee
La experiencia de ver Da 5 Bloods recuerda a lo que debe sentirse al tocar con las manos un arma que lleva disparando mucho tiempo sin parar y abrasarse con ella. Spike Lee encuentra el equilibrio perfecto entre un filme épico y otro filme crítico, que desentierran la memoria traumática del pasado y el presente de la población afroamericana frente a Vietnam y la América de Trump, de la misma manera que los veteranos protagonistas desentierran los restos de Stormin’ Norman. Chadwick Boseman pone al servicio del Black Lives Matter la iconografía de su estatus como Black Panther con poderío, pero la palma se la lleva Delroy Lindo, que transforma las palabras del guion de Lee en heridas que sangran y en una mirada implacable a la cámara que interpela a la ética de todo aquel que ose mirarlo a los ojos.

The Body Remembers When the World Broke Open, de Kathleen Hepburn y Elle-Máijá Tailfeathers
El cine nativo canadiense tuvo un año dorado en 2019, cuando películas de género como Blood Quantum y The Incredible 25th Year of Mizty Bearclaw coincidieron con el drama The Body Remembers When the World Broke Open, que no ha sido estrenada en España y apareció en plataformas digitales en Reino Unido en el verano de 2020. The Body Remembers relata el encuentro entre Áila, una mujer de ascendencia nativa y posición acomodada, y Rosie, una joven de clase trabajadora también nativa y embarazada que huye del maltrato de su pareja. Rodada en un único plano secuencia, a excepción de un puñado de planos al principio de la película, el tiempo real en el que transcurre la cinta no da tregua al espectador, no por lo espectacular de la propuesta sino por la imposibilidad de romper con la endeble conexión que Áila y Rosie establecen. En los dos personajes confluye un interseccionalismo que interroga, a la vez, qué es ser mujer, qué es ser nativa, qué es ser pobre y qué es ser maltratada, sin atajos ni soluciones fáciles pero con una empatía que llega hasta el fondo del corazón. Una vez terminada, con unos títulos de crédito imposibles de saltar, The Body Remembers When the World Broke Open persigue durante días, con los interrogantes que proponen los ojos de Áila y Rosie resonando en la cabeza.

Rubén Mendoza
En un año raro, sin demasiados estrenos y (por lo menos en mi caso) con el ánimo no siempre abierto a la ficción, ha sido complicado confeccionar una lista con la que estar plenamente satisfecho. Sin embargo, ahora, mirando la selección, me doy cuenta de que no se puede decir que haya sido un año desaprovechado cinematográficamente hablando.
Mejor película
Sólo nos queda bailar, de Levan Akin
Para mí, la mejor película que nos ha dejado este dos mil veinte. Quizás haberla visto antes de la llegada de la pandemia y en una sala de cine en modo antigua normalidad ayude a mantener un recuerdo más completo, y el contexto ayude a redondear la experiencia. Todo suma, pero la película en sí lo merece.
Sólo nos queda bailar es una película georgiana que, precisamente en Georgia, no fue muy bien recibida en general. El orgullo rancio del país se vio atacado por la temática del filme: Un joven bailarín de la danza tradicional de la antigua república soviética vive su despertar sexual y no lo hace precisamente con mujeres.
Lejos de lo que parece al ver el baile, con movimientos y gesticulaciones amaneradas, en la danza georgiana se encierra la rudeza y virilidad del país. La posibilidad de que hubiera homosexuales bailándola no sentó bien a los georgianos de la película y, al parecer, tampoco a los de la vida real.
Pero esto es lo de menos. Si en algo destaca Sólo nos queda bailar es en reflejar los sentimientos de desasosiego, debilidad y desorientación de su protagonista. Un chaval que ve que la idea que tiene del mundo y de su futuro va mutando sin que él pueda hacer nada. Sus deseos son también sus obstáculos. Un amor que rivaliza sobre el escenario, y un escenario que no le deja ser como realmente es y amar a quien le da la gana amar.

Finalistas
Las niñas, de Pilar Palomero
La gran película española del año no podía faltar aquí. Un retrato de la infancia de un pasado reciente sin caer en la nostalgia y en la niñería. Todos se pueden sentir identificados con esas niñas que buscan un resquicio de libertad para desarrollarse como personas lejos del rebaño y de los cánones impuestos.

1917, de Sam Mendes
Cuando vi que la película de Sam Mendes se estrenó en 2020 me llevé una gran sorpresa. Que haya habido una pandemia de por medio favorece la idea de que ha pasado un mundo desde que fuimos al cine y nos sentamos ante una de las grandes películas bélicas de todos los tiempos. Hay quien dice que es todo técnica y nada historia, pero la propuesta es tan apabullante que qué más da todo lo demás.

Sound of metal, de Darius Marder
Aquí va una reciente y estrenada directamente en una plataforma digital. Si alguien espera una película con importancia de la música y la batería como lo fue la estupenda Whiplash (Damien Chazelle, 2014), se llevará una sorpresa. Esta es más bien una despedida de la música sin decir por ello adiós a la belleza.

Borat, película film secuela, de Jason Woliner
Borat ha vuelto y no podía faltar aquí. Su irreverencia ya no es noticia, pero aún así todavía consigue sorprender. Si no, que se lo digan a Rudy Giuliani. Ya sólo por sus intervenciones al estilo de su programa Who is America? merece la pena adentrarse en las aventuras del kazajo más famoso.

Series
Luis Freijo
Mejor serie
Antidisturbios, de Isabel Peña y Rodrigo Sorogoyen
Que Peña y Sorogoyen hayan decidido encauzar su nuevo proyecto a través de Movistar ha sido una noticia extraordinaria para el panorama televisivo de nuestro país. Antidisturbios funciona a la perfección como serie policíaca centrada en una investigación que destapa corrupción tanto en la ciudad de Madrid como en el departamento de policía, y que mantiene con corrección la tensión hasta el final. Este hecho, que sería suficiente para justificar ver cualquier serie de televisión, es tan solo el mimbre en el Sorogoyen y Peña se basan para ejercer una crítica social de una ferocidad pocas veces vista en la televisión española. La dupla de guionistas retoma el retrato fiel de Madrid, como ya hicieran en Que Dios nos perdone, para atacar a unas élites políticas y económicas que no tienen reparo en destruir personas para convertir la capital en un parque de atracciones turístico, pasando por encima de ciudadanos que lo son sin importar su nacionalidad. Además, el retrato de los antidisturbios protagonistas interroga un tipo de masculinidad a la española que encuentra su némesis en la agente Urquijo, un terremoto de inteligencia, ambición y deseo que, en manos de Vicky Luengo, planta cara a varios de los mejores intérpretes de este país y sale airosa. Sorogoyen retoma también el estilo visual frenético y basado en el plano secuencia de El reino, pero al contrario que en este trabajo, en el que el ritmo caía en la segunda mitad, Sorogoyen mantiene el tipo en los capítulos que dirige, especialmente en el primero con el desahucio, en la escena en la que los antidisturbios se enfrentan a los hinchas franceses y en esa última cena entre los antidisturbios en la que un solo plano extendido pone las cartas sobre la mesa.

Finalistas
Giri/Haji, de Joe Barton
Escondida entre el catálogo de Netflix y un tanto ignorada en España se encuentra Giri/Haji: Deber/Deshonor, una producción británica ambientada en Londres y Tokyo y protagonizada por policías, mafiosos y adolescentes británicos y japoneses. Giri/Haji va más allá de una descripción que podría invitar a pensar en un drama policiaco al uso, ya que utiliza la estructura del género para centrarse en un grupo de inadaptados desesperados por encontrar una conexión humana. El deseo de sentir de estos personajes se transmite al espectador con una intensidad afectiva que es casi material, cuyos efectos son realzados por las condiciones de confinamiento y distancia social a las que 2020 nos ha obligado. En un panorama en el que Hollywood se empeña en vender diversidad sin ofrecerla de verdad, Giri/Haji está poblada de personajes únicos, diversos, en busca de una identidad que encaje con la singularidad de sus congéneres. Y el último episodio guarda un regalo estético a quien llegue hasta él que justifica por sí solo terminar los ocho capítulos.

The Boys, de Eric Kripke
A quien pensara que The Boys quizá aflojaría en su segunda temporada el tono y la virulencia de su retrato, le esperaba una buena sorpresa. Las andanzas de Billy Butcher y compañía, por un lado, y de Homelander y Vought por el otro han devuelto el reflejo de la imagen de las elecciones de Estados Unidos distorsionado y multiplicado por diez. Si la primera temporada había tratado sobre cómo un sistema neoliberal cuya punta de lanza son los gigantes corporativos como Vought coopta absolutamente todo para reproducirse, la segunda temporada ha dado un paso adelante al relacionar directamente a ese entramado neoliberal con el fascismo que viene, centrado en la Stormfront de una Aya Cash que personifica brillantemente lo que el viejo fascismo tiene de nuevo y lo que el nuevo fascismo hereda del viejo. Aunque no deja de tener su ironía que The Boys esté producida por Amazon, que es lo más parecido a Vought que existe en el mundo actual, las barrabasadas de los psicóticos personajes de la serie son una estrategia de crítica, y esto en el mundo de hoy son buenas noticias.

The New Pope, de Paolo Sorrentino
Paolo Sorrentino continua su exploración de la espiritualidad en tiempos de Instagram con una serie que, a la vez, ha continuado la fórmula de THE YOUNG POPE y la ha adaptado al nuevo protagonista, Sir John Brannox. En manos de John Malkovich, donde el Pio XIII de Jude Law era etéreo, Brannox es mundano; donde Pío XIII era enérgico, Brannox es indolente; donde Pío XIII era fanático, Brannox es agnóstico. Y en el espacio entre los dos es donde Sorrentino se pregunta si Dios existe, si la Iglesia nos sirve y cómo son los milagros. Jude Law alcanza uno de los momentos de su carrera mientras Pío intenta resucitar a un niño, mientras que John Malkovich está extraordinario reflejando el esnobismo en el que Brannox esconde su profunda fragilidad. Y, como siempre, Silvio Orlando roba la función con su pragmatismo napolitano. Voiello uno di noi sempre.

Gambito de dama, de Scott Frank y Alan Scott
La serie que ha traído de vuelta al ajedrez a una nueva popularidad y que ha confirmado a Anya Taylor-Joy como un miembro de pleno derecho de la nueva generación de estrellas es, sin nosotros saberlo, la serie que necesitábamos este año. Igualmente atractiva para iniciados y profanos, Gambito de dama mantiene un foco de atención doble, en el que el ajedrez importa en sí mismo como centro de la obsesión de Beth Harmon, pero también como campo de batalla simbólico en el que una niña se convierte en mujer y esa mujer defiende orgullosa su condición en un mundo eminentemente masculino. Con una estética pastel que recuerda a Mad Men sin copiarlo y una dirección elegante, Gambito de dama brilla cuando Taylor-Joy y Thomas Brodie-Sangster se enfrentan en el ajedrez y fuera de él y cuando Beth levanta sus ojos ambiciosos e implacables por encima del tablero para mirar a su rival, ya sea el conserje del orfanato o el campeón mundial ruso. Y cuando mira al techo en la partida final y toda su vida se transforma en imágenes de piezas que se mueven, Beth Harmon nos recuerda que no somos tan distintos a ella: solo buscamos un momento de claridad.

Rubén Mendoza
Encuentro en mi lista una gran preponderancia de comedias. Se podría decir que igual se necesitaba algo ligero y alegre para poder sobrellevar este año complicado que hemos dejado atrás, pero no creo que ese sea el motivo. Este año ha quedado más que claro que la comedia ha sido la herramienta más inteligente para diseccionar este mundo que nos ha tocado vivir. Lejos de dramas pretenciosos y falsas profundidades, la comedia ha sabido dar en el clavo. Y además, nos ha hecho pasar un buen rato, que falta hace.
Mejor serie
Bojack Horseman, de Raphael Bob-Waksberg
La serie más deprimente y divertida ha llegado a su fin y ha dejado nuestra existencia vacía. Porque, si de algo era capaz Bojack, era de hacernos sentir vacíos e insignificantes en un universo cruel. Lo peor es que esa crueldad reside en nuestro interior.
¿Todos podemos ser buenos? ¿Todos podemos ser malos? ¿Podemos cambiar? ¿Podemos dejar atrás nuestro pasado? Está claro que Bojack lo intenta, pero eso no es suficiente. El perdón que busca no está en los demás, está en sí mismo y ese es el más complicado de conseguir.
Si desde su inicio Bojack Horseman ha acostumbrado a hacernos reflexionar y a darnos algún que otro golpe bajo, en esta despedida ha sido uno detrás de otro. Nos ha puesto un dilema delante: sabemos que Bojack ha hecho cosas realmente malas pero, ¿por qué queremos que todo se solucione y finalmente pueda ser feliz? La serie ha colocado un espejo delante de nosotros y nos ha mostrado lo miserables que somos y que eso solo es responsabilidad de una persona.

Finalistas
Lo que hacemos en las sombras, de Jemaine Clement
La segunda temporada de los vampiros domésticos ha conseguido superarse. Sólo ellos son capaces de hacernos desear tener de vecinos a unos no muertos. Esta nueva temporada ha indagado en el pobre Guillermo, cuyo destino choca con su más anhelado sueño.

Antidisturbios, de Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña
Hacen falta pocos minutos de la serie para darte cuenta de que no estás ante una producción más. Son destacables esos momentos concretos (el desalojo, la batalla con los ultras…) pero es que toda la serie es digna de elogio. Si la dirección es de matrícula, la historia consigue estar a la altura, y todos los actores están en estado de gracia. También hay que decir que la elección del elenco dejaba poca duda sobre su eficacia. Además, por suerte, lejos del decepcionante final de El Reino (2018), Sorogoyen consigue aquí un desenlace redondo.

Vamos Juan, de Diego San José
Cada vez que me pongo delante de Juan Carrasco tengo la sensación de que, a pesar de su exagerada estupidez y torpeza, su retrato no se debe alejar demasiado de lo que se puede encontrar en cualquier ministerio. En la segunda temporada Juan sigue haciéndonos sentir vergüenza como nos lo hacen sentir nuestros políticos en la tele o las redes sociales. La diferencia es que con Juan nos podemos reír, con los otros deberíamos llorar por nuestra responsabilidad en ese despropósito.

Justo antes de Cristo, de Juan Maidagán y Pepón Montero
Una serie sobre romanos que habla del día de hoy. Ya lo hicieron sus creadores con la genial Plaza de España (2011), en esa ocasión con la Guerra Civil como escenario. Ahora, en esta segunda y última temporada, somos testigos de cómo Manio sigue burlando su fatal destino hasta descubrir que este no estaba escrito para él.


