mayo 31, 2023
Cine

Análisis de un plano: Incidente en Ox-Bow

Para esta entrega de «Análisis de un plano» nos trasladamos al Hollywood clásico de los años cuarenta, en plena Segunda Guerra Mundial, y, en concreto, a una de las obras maestras del western de la época, Incidente en Ox-Bow (The Ox-Bow incident, William A. Wellman, 1943). No es este un western al uso, de caballos, tiroteos y bandoleros de buen corazón salvando a vírgenes decentes. Se trata de un western psicológico, opresivo, de honda profundidad moral y mucho más complejo que la mayoría de las películas del género en esa época. William A. Wellman es una de las referencias fundamentales de todo un Clint Eastwood y, precisamente, Incidente en Ox-Bow es una de las películas que entronca más directamente con la filmografía del director de Sin perdón (la influencia en Cometieron dos errores, sobre todo, es clarísima). Ah, y dura 75 minutos, es decir, tiene la decencia de contar lo que tiene que contar y no arrebatarnos más tiempo de nuestra vida del absolutamente necesario.

Incidente en Ox-Bow nos sitúa en un pequeño pueblo de California al que llega la noticia de que un ranchero local ha sido asesinado y su ganado, robado. Ante la ausencia del sheriff, se organiza una partida a instancias del mejor amigo del ranchero y de un antiguo comandante sudista, que busca encontrar a los asesinos y lincharlos. Cuando la partida detiene a tres hombres que tienen ganado del ranchero, se formarán dos bandos entre los partidarios de linchar a los tres hombres sin juicio previo y aquellos que defienden que la justicia ha de ser aplicada de acuerdo con la ley. A los primeros los dirigen el comandante Tetley y el amigo del ranchero, Farnley; y entre los segundos está el viejo tendero del pueblo, el señor Davies, y Gil Carter, un vaquero seminómada interpretado por Henry Fonda.

La mayor parte del metraje tiene lugar en Ox-Bow, el paraje donde detienen a los tres sospechosos y donde se produce la deliberación. Advertimos, por supuesto, la profundidad moral de la película, y el complejo y potentísimo dilema que se establece, puesto que no solo se enfrentan la injusticia y la justicia, sino que también lo hacen la fuerza y la razón: los partidarios del ahorcamiento son los más fuertes y violentos del pueblo, mientras que los que abogan por un juicio son gente más «pusilánime», como el hijo de Tetley o el reverendo negro del pueblo, pero que aún así tiene el valor de defender lo que es justo y de intentar parar el linchamiento por todos los medios.

Al final, se comete una injusticia con los sospechosos. Una tropelía, propia de bárbaros. Y cuando todos se dan cuenta de ello es cuando se produce la escena clave del film, y la escena que analizamos aquí. Uno de los detenidos, Donald Martin (interpretado por Dana Andrews), escribe una carta a su mujer, y el personaje de Henry Fonda la lee en alto a todos los autores del crimen, que toman una copa cabizbajos. Es una carta que habla sobre la Justicia, en mayúscula, o, mejor dicho, la Justicia habla a través de las letras que Donald Martin escribe y que Gil Carter lee. Y esa carta le da la vuelta al proverbio que el judío Stern le recita a Oskar Schindler. Si Stern decía: «Quien salva una vida, salva al mundo entero», Martin propone: «Las personas no pueden tomarse la ley por su mano y colgar a otras personas sin dañar a todo el mundo; no solo están quebrando una ley, están quebrando todas las leyes».

Pero, sin duda, lo mejor de la escena, lo que la define y, por tanto, define toda la película, es la metáfora visual que tiene lugar, todo un hallazgo por su simplicidad pero, a la vez, por su eficacia. Mientras Carter lee, la cámara ejecuta un movimiento de aproximación, y los ojos de Henry Fonda quedan tapados por la visera del sombrero de su compañero. De esta forma se completa la transfiguración, la transformación del personaje de Carter en la mismísima Justicia que, recordemos, está representada en la tradición clásica como una mujer ciega. No podemos obviar la propia metaficcionalidad de la escena, pues quien efectúa este parlamento no es otro que Henry Fonda, un actor que había interpretado ya a Tom Joad y a Abraham Lincoln, dos de los grandes héroes de la mitología norteamericana. Fonda llevaría catorce años después este personaje al extremo cuando interpretó al jurado nº 8 en Doce hombres sin piedad.

Por su complejidad, su puesta en escena y, sobre todo, por esa última secuencia magistral, Incidente en Ox-Bow es una película imprescindible.

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